miércoles, 28 de febrero de 2007

La oración de todo profesor

Un día y dos días son tres días.
Y más días son… muchos días.
Muchos días, Señor, de trabajo y esfuerzo,
de inventiva e imaginación.
Muchos días de entrega sin ver fruto,
de dar todo sin una compensación.
Nuestro trabajo es ingrato. Somos como el labrador,
que siembra los campos con sus mejores semillas
y hasta que no mete la hoz,
sufre inquietud y desesperanza
porque también hubo años que llegó a la conclusión
que en vez de sembrar la semilla, la tiró.
Esta mañana explicamos nuestra lección.
Ayer también lo hicimos. Y antes de ayer.
Lo venimos haciendo no un día ni tres días,
todos los días, Señor.
Y muchas veces nos vamos a nuestras casas
con un cierto mal sabor
porque, como el agricultor,
casi vamos convencidos que en vez de sembrar
la ciencia, la cultura y las doctrinas,
lo que hemos hechos es tirarla, Señor.
Porque es tirado lo que damos sin aprecio
y es tirado lo que no se acepta por desprecio.
Necesitamos tu ayuda, Señor.
Cuando la noche abraza nuestro sueño,
descansa el alma.
Pero después viene un día y otro día…
y muchos días.
Danos ánimo en el desánimo.
Danos tino, danos tacto.
Danos delicadeza en el trato.
Que no nos falte la ilusión.
Que, ante tanto desencanto,
dibujemos la sonrisa,
nos mostremos con agrado,
transmitamos los valores del respeto,
del aprecio, del amor y del trabajo.
Escucha nuestra súplica, Señor,
atiende a nuestro reclamo.
Porque es que mira:
Un día y dos días son tres días.
Pero más días, son ya Señor muchos días.
Danos tu ayuda. Danos tu gracia.
Señor, échanos una mano.

Domingo Pérez Pérez

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